Terminaron por conocerse
tanto, que antes de los treinta años de casados eran como un mismo ser
dividido, y se sentían incómodos por la frecuencia con la que se adivinaban el
pensamiento sin proponérselo, o por el accidente ridículo de que el uno se
anticipara en público a lo que el otro iba a decir. Habían sorteado juntos las
incomprensiones cotidianas, los odios instantáneos, las porquerías reciprocas y
los fabulosos relámpagos de gloria de la complicidad conyugal. Fue la época en
que se amaron mejor, sin prisa y sin excesos, y ambos fueron mas conscientes y
agradecidos de sus victorias inverosímiles contra la adversidad. La vida había
de depararles todavía otras pruebas mortales, por supuesto, pero ya no
importaba: estaban en la otra orilla.
El amor en los tiempos del cólera (G.Garcia Marquez)
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