Las heridas en la
guerra de Corea le dejaron a Benjamín Chapman un vaivén al caminar, un
contoneo, un ir dando tumbos que lo colocó, sucesivamente, detrás de la barra
de un bar, detrás de la cinta de producción de una embotelladora de refrescos,
en el centro de un trío de bailarines tahitianos, y debajo del disfraz que lo
hizo universalmente famoso: el del hombre anfibio que aterrorizaba, y también
apasionaba, a un grupo de científicos que husmeaban en la la selva del
Amazonas, en la película El monstruo de la Laguna Negra (Creature from Black
Lagoon, 1954) del director Jack Arnold.Con aquella película Benjamín
Chapman, mejor conocido como Ben, entró al selecto grupo de criaturas
sobrenaturales del cine, acompañado por el hombre lobo, la momia, el jorobado
de Notre Dame, y Frankenstein.
El traje que usaba Ben
para convertirse en el monstruo de la Laguna Negra, y para sumergirse en las
aguas verdosas del plató, era un complejo sistema de piezas de caucho
articuladas que se iba montando, durante tres horas, en el cuerpo de Ben.Para
llegar al sofisticado look que hoy podemos constatar en la
película, hicieron falta setenta y seis diseños previos que el bueno de Ben fue
probando durante meses, con una paciencia que más adelante le haría falta para
resistir horas y horas de filmación con el agua del estanque al cuello, o a la
coronilla.El traje de hombre anfibio costó 18,000 dólares de aquella época,
algunas de sus piezas fueron fabricadas en París y Ben Chapman, para liberarse
de éste al final de la jornada, necesitaba otras tres horas de paciente
deconstrucción. Solamente la cabeza y las manos podían quitarse fácilmente, lo
cuál era una ventaja y una bendición pues en los tiempos muertos del rodaje,
Ben podía comerse un sándwich, de pie porque las articulaciones del traje no le
permitían sentarse, y lo hacía discretamente en el rincón que el director le
designaba para que no causara cortocircuitos, con el goteo permanente de su
traje, en las zonas cableadas del plató.
Durante el rodaje su
participación era modesta pero argumentalmente crucial, era el personaje que
dotaba de sentido y de sustancia al film, y su quehacer consistía en permanecer
varias horas dentro del estanque ejecutando las órdenes que gritaba el
director: ¡sumergete!,¡emerge!, ¡salta y asusta!, ¡sal del agua!, y era con
esta orden específica que Ben Chapman sacaba provecho de sus heridas de la
Guerra de Corea, sacaba su vaivén al caminar, su contoneo, su ir dando tumbos, su incontrolable cojera que antes de convertirlo en un monstruo veraz, le
había servido para trabajar de bailarín cojo y tahitiano. Igual que le pasó a
Boris Karloff en su primera caracterización de Frankenstein, Chapman nunca vio
su nombre en los créditos de la película; el productor temía que un nombre
debajo del monstruo fuera un atentado contra la veracidad de la criatura.Benjamín
F. Chapman murió hace cuatro años en Honolulu, Hawai, había nacido en Oakland
y, antes de instalarse de adulto en Los Angeles, vivió en Tahití, de ahí, y de
su indisimulable cojera, le venía lo bailarín.En vida caminó, o más bien cojeó,
tres veces por la alfombra roja de Hollywood, pero nadie logró identificarlo
porque iba sin su traje de hombre anfibio.Sus cenizas fueron esparcidas en la
playa de Waikiki.
(El monstruo de la laguna negra-El pez soluble blog del escritor Jordi Soler)
Me ha encantado enhorabuena, el caso es que me suena el monstruo pero ni idea de la pelicula y menos de la historia detras de las camaras, un beso.
ResponderEliminarPor lo que nos cuentas, fué un suplicio el rodaje para este hombre, aunque se ha ganado el honor de protagonizar tu entrada y de convertirse en leyenda del cine. Gracias por tu entrada.
ResponderEliminarBesos