El chicuelo del celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre
sí, contestó: "Voy a decírselo." Pocos instantes después presentóse
de nuevo, trayendo un gatazo, y mirándole, como suele decirse, a lo blanco de
los ojos, afirmó, sin titubear: "Todavía no son las doce en punto." Y
así era en verdad.
Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un
tiempo mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu,
ya sea de noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos
adorables veo siempre con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta,
solemne, grande como el espacio, sin división de minutos ni segundos, una hora
inmóvil que no está marcada en los relojes, y es, sin embargo, leve como un
suspiro, rápida como una ojeada.
Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en
tan deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún demonio del
contratiempo viniese a decirme: "¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas
en los ojos de esa criatura? ¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y
holgazán?" Yo, sin vacilar, contestaría: "Sí; veo en ellos la hora.
¡Es la Eternidad!"
¿Verdad, señora, que este es un madrigal ciertamente meritorio y tan
enfático como vos misma? Por descontado, tanto placer tuve en bordar esta
galantería presuntuosa, que nada, en cambio, he de pediros.
(El reloj-Charles Baudelaire)
Que historia más deliciosa, cargada de tradición y pensamiento. Doy por sentado que con este Canto a la Eternidad, el galán que perfilara Baudelaire debió de conmover a su bella dama ;) Un beso
ResponderEliminarNos traes a Baudelaire, uno de mis favoritos de siempre y has elegido una historia preciosa con todo su simbolismo, me ha encantado leerla. Un beso.
ResponderEliminarHay que historia tan bonita no la conocía. Gracias por traernosla un besote.
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