martes, 7 de abril de 2009

EL NEGRO


Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana.Una alumna rubia e inequivocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa.Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos.Al regresa,descubre con estupor que un chico negro,posiblemente subsahariano por su aspecto,se ha sentado en su lugar y esta comiendo de su bandeja.De entrada,la chica se siente desconcertada y agredida;pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo,o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida,aun siendo esta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países.De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreirle amistosamente.A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa.A continuación,la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiendola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro.Y así,él se toma la ensalada;ella apura la sopa,ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta.Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas,tímidas por parte del muchacho,suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella.Acabado el almuerzo,la alemana se levanta en busca de un café.Y entonces descubre,en la mesa vecina detrás de ella,su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa,que además es autentica,a todos aquellos españoles que,en el fondo,recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores.A todas aquellas personas que,aun bienintencionadas,les observan con condescendencia y paternalismo.Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana,que creía ser el colmo de la civilizacion mientras el africano,él sí inmensamente educado,la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba "Pero que chiflados están estos europeos".


ROSA MONTERO (EL PAÍS)

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