martes, 3 de abril de 2012

VOCABLOS YEMENIES FUERA DE CONTROL


Como quién va internándose en una gruta, ayer yo, con cierta imprudencia, iba metiéndome en los vericuetos de un diccionario con palabras y expresiones del árabe que se habla en Yemen.
Lo primero que leí me pareció una premonición: Alahu ajbar, que quiere decir, Dios es grande. Luego vino Diwan, que no es, como pudiera pensarse, el sillón donde uno se tumba a contarle cuentos chinos al psicoanalista (para que a su vez él nos cuente más cuentos), sino una habitación donde se reúnen los hombres a mascar Jat, que es una hoja masticable ligeramente narcótica. De la J, a la que me fui obligado por la palabra Jat, regresé a la palabra Diyah, que sirve para denominar la compensación económica que se ofrece a la familia de un muerto que ha sufrido un accidente o ha sido asesinado. Para estas alturas de mi imprudente incursión, ya iba pensando en un diván (que no diwan) que estuviera situado en el diwan (que no diván), donde el psicoanalista, desesperado por los escasos resultados de los cuentos chinos, hubiera administrado jat a un paciente, con el propósito de aflojarle las defensas, y que un mes más tarde este, convertido en un hilacho de tanto beber té narcotizante, regresara exigiéndole una diyah, porque el jat de la prescripción le había marchitado notablemente el super yo.
Llegando a la F interrumpí este pensamiento para internarme en la hermosa palabra Falaj, que da nombre a un antiguo sistema de riego que se empleaba en las regiones áridas de Yemen, y que consistía en una serie de túneles y acueductos de piedra, que llevaban agua desde los acuíferos de las montañas hasta las zonas de cultivo más bajas. Después me encontré con la palabra Jambia: puñal curvo muy usado por los yemeníes; un instrumento que naturalmente asocié con Jazr, que es el término yemení que designa a la persona que ejecuta un oficio impuro, como el carnicero (en los países árabes, se entiende). Luego llegué a la palabra Jebel, ese apacible vocablo que designa a la montaña, y finalmente caí en Wadi, que quiere decir cauce, o lecho de río, seco. Y aquí suspendí mi incursión porque la historia, que se iba disparando a partir de las palabras yemeníes, comenzaba a salirse de control. A ladiyah que había exigido el paciente al psicoanalista, acusándolo de haberlo aflojado excesivamente con el jat del diwan después del diván; se agregó una falta súbita de falaj, que descompensó los acuíferos del paciente y sus zonas de cultivo más bajas, y lo llevó a desenvainar lajambia que cargaba siempre en la cintura, como si fuera un jazr recién bajado de la jebel, con el falaj hecho un wadi. Y a estas alturas de la historia, como me daba pena el doctor y no sabía como controlar al paciente, pensé que lo mejor era cortar por lo sano y escribir Alahu ajbar,y después poner el punto final.
(Vocablos yemeníes fuera de control-Publicado el 27 marzo 2012 por Jordi Soler)

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