Hay libros que resultan ser más complicados de reseñar
que otros, y este es uno de ellos.
La historia es simple y compleja a la vez. Un hombre
decide aislarse en una cabaña abandonada en la espesura del bosque junto al río
Tragadero, pero no estará tan solo como espera; un perro vagabundo, el dueño de
la tienda de víveres más cercana, una familia que pasa sus vacaciones al otro
lado del rio, un vecino huraño con su hijo y un grupo de jóvenes de una
asociación para la protección del medio ambiente serán sus contactos más
cercanos con otros seres vivos.
El escenario es un lugar claustrofóbico y mágico,
inquietante y salvaje, donde la vida y la muerte se funden en un
todo.
Narrado en primera persona y con saltos en el tiempo
que al principio descolocan por parecer caóticos (aunque no lo son en absoluto)
hace que la lectura sea parcial, todo lo vemos y sentimos a través de los ojos
del protagonista y al mismo tiempo global ,pues según nos vamos adentrando en
sus páginas, vamos recorriendo con los personajes pasado, presente y futuro hasta comprender el porqué
de sus relaciones y así terminar con una
historia redonda, muy redonda, de esas que cierran círculos.
Y poco más se puede contar.
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