LA MAGIA DE LA ESCRITURA
Uno relato me piden en la clase de escritura creativa.
-No es tan fácil, a mí me cuesta mucho escribir cuatro palabras-le digo a
la profesora
-Cualquier cosita que tengas escrita, la renuevas, la alargas o acortas y
ya está.
Me vuelvo a casa, piensa que te piensa.
Y aquí me veo, rebuscando entre papeles y más papeles en los cajones.
Pero solo encuentro pequeños relatos inconclusos, reflexiones intimas y
cuentos sin final feliz.
Entre todos sobresale un papel cuadriculado, de cuaderno escolar.
Amarillento y quebradizo por todos años que ha estado guardado.
Lo saco del montón de papeles con curiosidad. Está escrito con una letra
redonda, grande e infantil que no tiene nada que ver con la mía, que ahora es
puntiaguda y descabalada. Tengo que releerlo varias veces porque no recuerdo
haberlo escrito.
Son palabras lejanas que regresan de otro tiempo, instantes breves y
huidizos que reflejaban como me sentía. Escribí palabras llenas de dolor y
pasión sin medida, que me quemaban el corazón con amores que nunca tuve o que
debieron ser tan fugaces que no recuerdo haberlos tenido.
Son retales de un delirio interior, ideas que se desmenuzan en frases
huérfanas y poemas sin esperanza.
Leo y releo, fascinada por el rio de tinta morada y por los garabatos de mi
letra, como si fuese una persona ajena y extraña quien los hubiese escrito.
Y siento que hay algo de magia en la letra que regresa de otro tiempo y
entonces recuerdo la frase de mi adorado Cunqueiro que dice:
“La letra calla sobre el papel mientras los humanos ojos no llegan con su
luz a ella”
Son palabras que despiertan tras la niebla del polvo y el olvido, son como
agua que fluye desde el fondo de un profundo pozo, sellado y oscuro.
Las frases se van formando conforme la lectura avanza, como si renacieran y
se estuviesen reescribiendo ante mis ojos.
Dejando atrás palabras tras palabras voy dejando, también, pinceladas de
una vida anterior, de una adolescencia que escribe durante las noches de
insomnio, cuando más perpleja y triste está, debatiéndose entre sentimientos
contradictorios, en la búsqueda de uno mismo que parece no encontrarse nunca.
Y de repente siento como si fuese una intrusa. Como si estuviese profanando
el santuario de la intimidad de una niña que ya no existe, que se quedó inmóvil
en alguna vuelta del camino.
Devuelvo la hoja al montón de páginas y tinta que seguiré guardando en los
cajones, porque nunca me he atrevido a tirar a la basura nada de lo que
escribo, y pienso si alguna vez, siendo ya anciana, volveré a releer esas
letras moradas y me reencontraré de nuevo con el pasado. Puede que sea así. Esa
es la magia de la escritura.
Manuela
Rubio