lunes, 16 de noviembre de 2009

EL MUNDO DE AYER


Una veloz excursión al romanticismo, una aventura alocada y varonil: he aquí cómo se imaginaba la guerra el hombre sencillo de 1914, y los jóvenes incluso temían que les faltara este maravilloso y apasionante episodio en su vida; por eso corrieron fogosos a agruparse bajo las banderas, por eso gritaban y cantaban en los trenes que los llevaban al matadero. La generación de 1939, en cambio, ya no se engañaba. Conocía la guerra. Sabía que no era romántica, sino barbara.Sabia que duraría años y más años, un lapso de tiempo insustituible en la vida. Sabía que los soldados no iban al encuentro del enemigo engalanados con hojas de encina en la cabeza y cintas de colores, sino que holgazaneaban durante semanas en las trincheras y los cuarteles, comidos por los piojos y medio muertos de sed, que los harían añicos y los mutilarían desde lejos sin siquiera haber visto al enemigo cara a cara. Conocían de antemano, a través de los periódicos y el cine, las nuevas artes de aniquilamiento, de una técnica diabólica, sabían que los enormes tanques aplastaban a los heridos que encontraban a su paso y que los aviones despedazaban a mujeres y a niños en la cama; sabían que una guerra mundial en el año 1939, gracias a su mecanización inhumana, seria mil veces más vil, brutal y cruel que cualquier otra anterior… ().
Me embargó la irresistible sensación de que aquellos hombres sencillos y primitivos comprendían mejor la guerra que nuestros escritores y catedráticos de universidad, a saber:como una desgracia que les había sobrevenido y contra la cual nada podían hacer, y por eso mismo, todo el que sufría aquel infortunio era como un hermano.Asimismo,los campos sembrados y exultantes que se extendían entre las zonas de guerra hicieron que renaciera en mí la esperanza de que, al cabo de pocos años, habrían desaparecido todos los destrozos. Entonces aún no me podía imaginar, claro está, que con la misma rapidez con que desaparecían de la faz de la tierra las huellas de la guerra, también podía desaparecer el recuerdo del horror de la memoria de los hombres.

El mundo de ayer.Memorias de un europeo
Stefan Zweig

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