martes, 8 de diciembre de 2009

"EL OTRO"


Desde siempre, el encuentro con el Otro ha sido una experiencia universal y fundamental para nuestra especie.
Según dicen los arqueólogos, los primeros grupos humanos eran pequeñas familias o tribus de treinta a cincuenta individuos. De haber sido más numerosas, su nomadismo habría perdido rapidez y eficiencia. De haber sido más reducidas, la autodefensa eficaz y la lucha por la supervivencia les habrían resultado más difíciles.
He aquí, pues, a nuestra pequeña familia o tribu vagando en busca de alimento. De pronto, se topa con otra familia o tribu y descubre que hay otras personas en el mundo. ¡Qué paso significativo en la historia mundial! ¡Qué descubrimiento trascendental! Hasta entonces, los miembros de estos grupos primordiales, que deambulaban en compañía de treinta o cincuenta parientes, habían podido vivir en el convencimiento de que conocían a toda la población mundial. Resultó que no era así: ¡también habitaban el mundo otros seres similares a ellos, otras personas! Pero ¿cómo actuar frente a semejante revelación? ¿Qué hacer? ¿Qué decisión tomar?
¿Debían arremeter contra esas otras personas? ¿Mostrarse indiferentes y seguir su camino? ¿O, más bien, tratar de llegar a conocerlas y comprenderlas? ¿Cómo debemos comportarnos con el Otro? ¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia él? Ella podría desembocar en un duelo, un conflicto o una guerra. Todos los archivos contienen pruebas o testimonios de estos acontecimientos. Y el mundo está jalonado de innumerables ruinas y campos de batalla.
Todo esto demuestra el fracaso del hombre: no supo o no quiso llegar a un entendimiento con el Otro. La literatura de todas las épocas y países ha tomado esta situación de debilidad y tragedia como tema central de mil maneras distintas.
Sin embargo, también podría darse el caso de que, en vez de atacar y combatir, esta familia o tribu primordial decida defenderse del Otro separándose y aislándose. Con el tiempo, esta actitud deriva en cosas tales como las torres y puertas de Babilonia, la Gran Muralla china, el limes romano y las pétreas murallas incaicas.
Afortunadamente, en todo nuestro planeta hay pruebas abundantes, aunque dispersas, de una experiencia humana distinta: la cooperación. Me refiero a los restos de puertos, ágoras, santuarios, plazas del mercado; a los edificios, todavía visibles, de antiguas academias y universidades; a los vestigios de rutas comerciales como el Camino de la Seda, la Ruta del Ámbar y la de las caravanas que atravesaban el Sahara.
En todos estos lugares, las personas se reunían para intercambiar ideas y mercancías. Allí hacían sus transacciones y negocios, concertaban pactos y alianzas, descubrían metas y valores compartidos. "El Otro" dejó de ser sinónimo de algo extraño y hostil, peligroso y letalmente maligno. Descubrieron que cada uno llevaba dentro un fragmento del Otro, creyeron en esto y vivieron tranquilas.
(El mundo es un lugar muy grande y extraño. Lo es ahora y lo ha sido siempre. Las mismas sensaciones que se apoderan de nosotros cuando estamos en un lugar ajeno, lejano, o cuando toca a nuestra puerta alguien diferente a nosotros, las tuvieron ya nuestros antepasados. El hecho de enfrentarse con el Otro, con aquel cuyo comportamiento no se explica desde las ideas que la rutina de nuestra cultura ha establecido en nuestra cabeza, no ha variado con el tiempo. Sigue siendo un “gran encuentro”, el hecho desde el cual puede surgir lo más grande y bello de lo que es capaz el ser humano, o lo más atroz. Si el encuentro es fructifero, de él nacerá nueva música, literatura y arte.Si, por el contrario, está dominado por la hostilidad, por la mutua desconfianza, por el miedo a lo desconocido, entonces, solo habrá guerra, sangre derramada. Por eso, desde que las primeras tribus de humanos se encontraron, una figura fundamental de nuestra historia ha sido la de aquel que ha intentado, a través del conocimiento del Otro, que del encuentro con él surja saber, y no muerte.)
Ryszard Kapuscinski-Encuentros con el Otro

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