León Tolstói, el gran escritor ruso que, además de su labor literaria, cultivó su vida con un
sentido constante de búsqueda, interrogación y curiosidad, además de
vegetariano, realizaba un repaso de sus hábitos para decantarse, únicamente, por
aquellos que pudieran proveer de bienestar a su cotidianeidad y tuvo el aprendizaje
como una constante en su vida.
Tan solo un
mes después de fallecer el último de sus hijos, con tan solo 7 años, le llegó
un obsequio de la “Sociedad Moscovita de Amantes del Velocípedo” y, como no podía
ser de otra manera, el regalo fue una bicicleta que venía acompañada de algunas
sesiones de enseñanza para aprender a montarla.
“Para asombro de los campesinos de su finca, el conde León Tolstói monta ahora la rueda”, decía un artículo de 1866 de la revista Scientific American.
Tolstói tenía
67 años.
Nos ha llegado
hasta hoy el concepto “La bicicleta de Tolstói” para recordarnos que aprender y experimentar no se limita tan solo a la infancia y juventud
de las personas. Que nuestro cerebro está diseñado para instruirse durante toda
la vida y que no hay excusas para no intentar todo aquello que siempre quisimos
aprender y que dejamos pasar porque pensamos que” somos muy mayores “sin darnos
cuenta que eso nos priva de la maravillosa aventura de vivir.
Yo, por mi parte,
me he apuntado a un curso de dibujo y pintura que es algo que he deseado
aprender desde pequeña. Manchándome las manos con temperas, dejando volar la
imaginación, combinando los colores (a mi más que dudoso gusto cromático) y apartando,
de los quehaceres diarios, unas pocas horas a la semana para hacer lo que me
gusta he vuelvo a conectar con mi niña interior. Es divertido y gratificante…
Sin darnos cuenta que eso nos priva de la maravillosa aventura de vivir... Qué reflexión más certera!
ResponderEliminarBesotes!!!